Espacio de comunicación con estudiantes de la materia Sociología. CBC Martínez, UBA


miércoles, 8 de junio de 2011

Sobre la labor científica, su utilidad y otras cuestiones

http://www.revistaenie.clarin.com/ideas/Apologia-becario_0_495550667.html

Apología del becario

Un artículo publicado en Ñ reflexionó, a partir de la experiencia de su autor, sobre qué es ser un becario del Conicet. Otra investigadora responde.
POR VIVIAN SCHEINSOHN


En el número 396 de Ñ, del 30 de abril pasado, se publicó “El síndrome del ñoquismo”, una nota de Nicolás Hochman que ha motivado el enojo de gran parte de la comunidad de investigadores y becarios de ciencias sociales y humanas. Pero ese enojo se limitó a foros electrónicos y cafés. Si bien muchos consideraron que no había que darle trascendencia al tema, pedí la oportunidad de dar una respuesta a esa nota porque el que calla otorga. Y no me parece bien que los becarios del área de ciencias sociales pasen por ñoquis. Tampoco creo que los más de 8.000 becarios (considerando todas las áreas científicas) del Conicet y los de otros organismos de investigación, piensen como Hochman y se consideren ñoquis. Para ser becario hay que pasar por muchas instancias de evaluación. Está claro que alguien que no hizo nada, no sólo no puede ganar una beca, sino que no va a pasar a instancias posteriores. Los becarios no sólo no son ñoquis, sino que deben trabajar y mucho. Por otra parte, se llega a ser becario por voluntad de acceder a esa condición y no por azar. En consecuencia, alguien tuvo que elegir tanto ese trabajo como su tema de investigación. Y si lo eligió, podemos suponer, le gusta. ¿Puede pensarse que alguien se dedique a ser ñoqui cuando está haciendo algo que le gusta? En todo caso, me gustaría ofrecer otra perspectiva, diferente de la de Hochman.Hochman arranca su nota preguntándose por qué la gente asocia la cultura general a las áreas sociales y no a la química, la física y la biología. Cabría preguntarse de que gente habla. Avanzando en su nota, el mismo Hochman se hace esa pregunta. Y se responde que la gente son los otros. Bueno, será que los otros que yo conozco no son los que él conoce, porque los que yo conozco consideran que leer ciencia es parte de la cultura general. Simplemente porque, si uno se dedica a la investigación – llámese científica o no –, tanto desde las teorías como desde la metodología es difícil mantenerse analfabeto en lo que respecta a ciencias.La tercera culturaDesde cómo armar una presentación en Power Point hasta el uso de modelos de redes neuronales, pasando por el empleo de sistemas de información geográfica y software estadístico, la tecnología se ha dedicado a permear el límite entre las ciencias sociales/humanidades y la investigación científica. Pero además de este uso práctico – que sucede casi sin querer –, se ha acuñado un término para proponer la eliminación de ese límite: el de Tercera Cultura. Ese término surgió del título del libro de John Brockman de 1995 (publicado en castellano por Tusquets en 1996) y que refiere el divorcio entre las dos culturas identificadas por C. P. Snow en su libro de 1959: la cultura humanística y la científica. Brockman consideraba que los autores que se dedicaban a las letras se habían apropiado del término “intelectual” dejando afuera del mismo a los científicos. Por ello proponía una tercera cultura en la que los intelectuales de las letras se entendieran con los científicos, se superara esa antinomia y, bajo ese paraguas, científicos y pensadores ocuparan el lugar del intelectual clásico. Brockman es además editor de Edge (http://www.edge.org/), una conocida página web donde los pensadores más destacados de esa Tercera Cultura analizan el estado del mundo. Es paradójico que Hochman diga esto en un momento de nuestro país en donde, por un lado la ciencia cruza constantemente el campo de la cultura (el libro del matemático Adrián Paenza es un best-séller) y en que las ciencias sociales y las humanidades comienzan a ocupar un lugar cada vez más firme en el campo científico (no sin conflictos, claro está). La enumeración de temáticas de investigación de los becarios que aporta Hochman puede parecer estrambótica. Pero llama la atención que todas vengan del campo de las ciencias sociales y humanas. Yo puedo aportar temas tanto o más estrambóticos que están llevando a cabo becarios de las otras ciencias. Y sin embargo, como dije antes, no creo que ninguno de ellos se considere ñoqui. Estudiar, por caso, la memoria de los cuervos o la taxonomía de los helmintos tampoco le va a cambiar la vida a nadie. Al menos hoy. Pero tal vez, dentro de unos años, sí. Quizás de ahí salga la cura del Alzheimer, en el primer caso, o un avance en el combate contra los parásitos en el segundo. No obstante, si el investigador que hoy trabaja sobre esos temas comienza a preguntarse el efecto inmediato de su investigación, probablemente no haga nada. La historia de las ciencias puede presentar una gran cantidad de ejemplos de investigaciones que sólo tuvieron algún tipo de utilidad muchos años después de realizadas. En su libro La extinción de los tecnosauros, el italiano Nicola Nosengo da unos cuantos. Es la clásica puja entre ciencias básicas y aplicadas. Una parte importante de los investigadores en ciencias sociales y humanas trabaja en investigación básica. Y ahí, como sucede en las otras ciencias, lo que hoy no se sabe para qué sirve puede tener que ver con algo que sirva mañana; muchas veces, incluso, más allá de la voluntad del investigador. Pero no tener en claro la directa aplicabilidad de un conocimiento no significa que uno vaya a ciegas. Por otro lado, el voluntarismo implícito en muchas investigaciones sobre ciencias aplicadas a veces lleva al fracaso. El mismo Nosengo reseña en su libro casos de tecnologías que debían haber cambiado el mundo y todavía siguen confinadas a los laboratorios, o productos milagrosos que son rechazados por el mercado. El triunfo de una tecnología determinada no depende sólo de su eficacia. La historia, las culturas y las sociedades tienen mucho que ver con esto. No siempre se debe hacer ciencia aplicada. A veces simplemente es necesario conocer.De eso no se hablaDespués está lo que Hochman dice que no debiera decir: “ … los becarios de sociales no solemos estar en una oficina de 9 a 17 porque aunque es una exigencia más o menos formal, en la práctica las oficinas no existen o no tienen capacidad para tantos miles de nosotros que andamos dando vueltas por ahí”. Los que trabajamos dentro del sistema de investigación científica sabemos que Hochman está describiendo una realidad. Los lugares son pocos y los metros cuadrados son escasos. Pero Hochman no dice lo que sí debiera decir y es que el panorama de la investigación científica ha ido cambiando en los últimos años. Sin ir más lejos, el hecho de que haya un Ministerio de Ciencia y Técnica, de que haya subsidios de investigación sostenidos en el tiempo y que el salario de investigadores y becarios haya subido respecto de sus estándares tradicionales (aunque nada brillante al día de hoy, teniendo en cuenta la inflación) permiten sostener que hoy en la Argentina hay algo que antes no existía: una política científica. Esto es algo que la mayoría de los científicos reconocen, más allá de su posición política. Podemos criticar su falta de organización y sus vicios, pero convengamos que desde el “que se vayan a lavar los platos” del entonces ministro de Economía Cavallo hasta la actualidad ha habido un avance. Otra cosa que Hochman no dice es que esos becarios que no trabajan en oficinas, trabajan en sus casas, sin distinguir fines de semanas o feriados de días hábiles y días de noches; que recorren ciudades o el país entero, ya sea para hacer su trabajo de campo o buscando un artículo o un documento clave, o entrevistando gente, en condiciones durísimas y pagando muchas veces esos viajes de su propio bolsillo. Un becario o investigador no debe circunscribirse a cumplir el horario de oficina porque si no, no haría todas esas cosas necesarias a su investigación y que debe hacer por su propia cuenta. El buey solo bien se lame y el becario también. ¿Debemos entonces sostener la “santidad” del becario? No, simplemente es gente que hace lo que le gusta. Si tienen algún privilegio, es ese. Vivian Scheinsohn es investigadora del CONICET y docente de la UBA.

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